De qué padecemos los humanos?
De infelicidad, insatisfacción, control, posesividad y codicia psicológica: apoderamiento del otro.

¿Esos son los males contemporáneos?
Sí, y esta sociedad no nos ayuda, entre otras cosas nos impide vivir los duelos con normalidad. Fíjese en la tristeza, una reacción natural que nos ayuda a separarnos de aquello que perdemos. La depresión es lo contrario: quedarse fijado, no poder hacer el duelo. La tristeza es una experiencia natural que nos ayuda a crecer, la depresión nos estanca.

Tampoco la elegimos.
Lo normal es que ante una ruptura amorosa o una pérdida te digan: «Échale ganas», «sal del agujero»… Pero lo sano es que estés triste, porque si aprendes a entristecer vas a evitar caer en una depresión. Para sanar cualquier emoción hay que permitirse sentirla, no tener miedo, no ser mediocre.

¿Perdón?
No tener media tristeza, medio enojo… Hay que conectarse profundamente con lo que uno siente. Los afectos son una brújula en el proceso de la vida. Si yo le piso un callo y usted me contesta: «Soy un ser de paz, aquí tienes mi otro pie», eso es patológico. Si se enfada, es normal.

Me quita un peso de encima.
Si estás haciendo un cambio significativo en tu vida y te estresas, es normal. Pero hemos construido una sociedad que no nos permite conectarnos con los afectos, y así llegamos a no saber lo que sentimos. La gente me dice: «No sé si estoy enojado o triste, si amo o no amo a mi pareja».

Están perplejos.
Si uno está conectado profundamente con lo que siente, sabe lo que quiere en la vida. Es como en el tema del amor.

¿A qué se refiere?
Si se piensa, no se siente. Y le hacemos más caso a la razón que al sentir. El pensamiento nos distrae, el afecto nos habla con más acierto de la realidad de las cosas. Y bueno, los efectos de la sociedad construida desde la razón aquí los tenemos.

¿La depresión se va cociendo a fuego lento?
Sí. Es un hábito que vamos desarrollando al no aceptar los cambios. Constantemente sustituimos una zanahoria por otra, nos apegamos a las cosas y existimos a través de ellas, y cuando ya no están nos deprimimos.

Esta crisis ha hundido a mucha gente.
Dejamos que nos quiten las ilusiones y la esperanza, y eso es algo nuestro, que nosotros debemos gestionar. Hay cosas tristes y desdichadas, pero yo no soy ni triste ni desdichado, eso no te lo pueden quitar. Tu eje interior no lo puedes perder.

Pues lo perdemos muy a menudo.
Estamos educados en eso: somos lo que tenemos, somos lo que pasa, estamos entrenados en una sociedad de logros. La felicidad es una construcción que uno debe edificar desde el interior, pese a las desdichas.

¿Qué herramienta podemos dar a los niños para que construyan ese eje?
El amor materno. Si invirtiéramos más en él, evitaríamos clínicas psiquiátricas. Pero solemos tropezar con el complejo materno.

¿Qué es eso?
Lo que reproduce el sistema patriarcal, que nos educa en un modelo de ser y de relacionarnos, y las mujeres son las primeras víctimas. Para convertirte en hombre o en mujer debes romper con este modelo, tienes que crecer.

¿Cómo?
Abriéndote a las relaciones clandestinas, y no me refiero a relaciones ocultas, sino diferentes a esos patrones que llevamos repitiendo desde hace lustros y que nos llevan a enredos y ocultamientos. Se trata de vivir con el otro auténticamente lo que sientes.

¿No es así como vivimos?
Los hombres suelen buscar compañeras-madres o compañeras a las que hacer de padre. Las hijas buscan a ese hombre a semejanza del que eligió la madre.

Parece perverso.
Romper ese modelo es parte del proceso de liberación masculina. Lo que pasa es que a los hombres nos dan miedo las mujeres, no sabemos qué hacer con ellas, nos plantean desafíos, es una aventura. ¿A cuántos varones su mujer le compra los calzoncillos?

¿Muchos?
Se sorprendería. Yo invierto una frase evangélica: «Solo siendo libre uno puede alcanzar la verdad». En el amor es lo mismo: si no eres libre, no puedes amar. Teniendo una mujer al lado puedo ser libre, eligiendo una madre traslado mi dependencia.

Defíname mujer.
Un hombre con una compañera madre habla de sus haceres, de lo que hay que hacer, lo que ha hecho hoy o de los niños. Con una mujer se habla de sentimientos, es capaz de cuestionarte, no te da remedios, sólo te acompaña.

¿Está sobrevalorado el sexo?
Sí, y disociado del afecto, y esa es otra patología contemporánea. Y además en el sistema patriarcal es un argumento de venta. Tal como está concebido se convierte en un medio de descarga neurótico.

Fuente: La Vanguardia

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